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Piglia el clásico

MARTÍNEZ, Ezequiel. Piglia el clásico, Revista Viva, Clarín, Buenos Aires, 25 de noviembre de 1995

Published onNov 10, 2020
Piglia el clásico

A los 54 y con seis libros publicados, Ricardo Piglia se ha convertido en un clásico de la literatura nacional. Sin embargo, pocos conocen a este hombre que decidió no tener hijos para dedicarse por completo a su primer amor: la escritura. Pero, al menos, se trata de un amor correspondido. Sus libros son best sellers y ahora una de sus novelas llegara al Teatro Colón convertida en ópera.

Todavía se acuerda con cierto rencor de la señorita Termini, aquella maestra del primario que lo obligaba a quedarse después de hora para ejercitar su escritura con la mano derecha, y no din la izquierda como le dictaba su destreza. Pero él ya sospechaba que más vale maña que fuerza: aunque intentaran transformarlo en un diestro forzado, siempre preferiría la izquierda contrariada. A lo largo de sus 54 años que parecen menos, Ritardo Piglia supo domesticar aquellos trazos infantiles: primero los transformó en palabras, luego convirtió las palabras en literatura. Y de la literatura hizo un estilo de vida.

En su historia personal sobran los matrimonios —va por el cuarto— y escasean los hijos —eludió la paternidad por voluntad propia—, pero en el terreno profesional abundan los datos que podrían llenar varios párrafos en una buena enciclopedia de literatura.

Piglia escribió novelas tales como "Respiración artificial", que en una encuesta realizada entre medio centenar de escritores surgió como una de las diez mejores de la literatura argentina, y los cuentos reunidos en "Nombre falso" y "Prisión perpetua", libros que treparon rápidamente las listas de best sellers. También gestó guiones cinematográficos para Héctor Babenco, Nicolás Sarquís y Carlos Sorín, y fue el impulsor de la mejor novela policial a través de la mítica colección Serie Negra, que él creó y dirigió en la década del 6o. Además ganó —entre otros— el Premio Casa de las Américas, la prestigiosa beca Guggenheim y dictó cátedras en las universidades de Harvard y Princeton. Pero Piglia, más allá de sus propios textos convertidos en clásicos tempranos, está considerado como uno de los referentes más autorizados a la hora de hablar sobre literatura: sus opiniones a menudo generan polémica, pero nadie discute que poseen la inteligencia del que sabe; lo que él bendice vale y lo que él ignora no trasciende. Su última cruzada no va a pasar por la imprenta, pero ya tiene fecha de estreno: 24 de octubre de este año, en el Teatro Colón. Allí se pondrá en escena la ópera "La ciudad ausente", basada en su propia novela y con música de Gerardo Gandini. Antes de hablar de su propia literatura transformada en música clásica, el escritor demostró que además de sangre, también corren letras por sus venas. A tal extremo, que por sus libros se pasea un personaje llamado Emilio Renzi que pareciera respirar libros en vez de oxígeno, y en quien muchos ven un espejo del autor.

¿Cuánto de autobiográfico hay en sus libros?

—Por un lado, es cierto que Renzi funciona como una especie de "alter ego". El tiene una serie de rasgos personales, las cosas que él hace son bastante parecidas a las cosas que hacía yo. Pero me parece que Renzi es una versión exagerada de esa tentación mía de interesarse solamente por la literatura y considerar que el resto de las cosas son secundarias.

¿Qué cosas, por ejemplo?

—Preferí no tener hijos, me pareció mejor no tener otras responsabilidades. En ese sentido puedo pensar que sí, que dejé cosas de lado. Pero no me arrepiento.

La pasión por la literatura fue más fuerte.

—Es que mi idea siempre fue mantener a la literatura como centro. Creo que en ese sentido Borges fue un modelo y un punto de referencia. El fue el primero que dijo "es posible dedicarse a la literatura en la Argentina", ponerse como objetivo ser escritor, en el sentido de una forma de vida. Pero de todas formas, mi caso es muy excluyente; hay otra gente que formó una familia y pudo dedicarse a la escritura. Pero el modelo por el que yo opté me funcionó bien y no tuve que hacerme cargo de cosas que quizás hubiera tenido que hacer si hubiera tenido una familia. Su propio árbol genealógico, sin embargo, remó en contra de esta corriente. Su abuela materna tuvo 12 hijos, de los cuales su madre fue la menor. Su padre inmigrante y ferroviario trajo de Italia los valores de una fuerte vida familiar. Una vida que para Piglia hijo empezó en 1940 en Adrogué, continuó en Mar del Plata a mitad de camino de su adolescencia y se trasladó a Buenos Aires con los prime-ros vientos independentistas que asomaron por su vida. Desde entonces y hasta hoy, ha seguido fiel a su primer amor: los libros propios y ajenos. En los primeros abundan algunos guiños que podrían haber dejado afuera a más de un lector: Piglia es generoso a la hora de meter en sus novelas conceptos sobre teoría literaria. Sin embargo, no resultan inaccesibles para el público masivo.

¿Novelas y cuentos que de paso enseñan algo de literatura? Suena raro, y sin embargo sus libros tuvieron muy buena repercusión entre el público. "amateur". ¿Cómo se explica eso?

—Creo que si uno trabaja el diálogo con la tensión muy intensa, si lo que se está discutiendo es algo interesante, apasionante para los personajes, esa intensidad se transmite al lector.

Además de la ópera, está terminando un nuevo libro, "Historias personales". ¿Por qué ese título?

—Son tres novelas cortas, y el título surge porque creo que uno siempre termina por contar historias que se convierten en historias personales, aunque no tengan nada que ver con la propia vida. Son historias que permanecen en uno hasta que se narran, no como otras que se pierden en el camino, que a lo mejor son mejores, pero nunca se escriben. Esa es un poco la idea de lo que para mí es una historia personal.

¿Las verdaderas historias personales van a parar al diario que escribe desde los 16 años?

—Bueno, el diario lo empecé a escribir cuando mi familia se trasladó de Adrogué a Mar del Plata. En los días previos a ese viaje -creo que fue en octubre del '57-, con la casa que empieza a ser desmantelada, empecé sin darme cuenta a hacer algo que tiene mucho que ver con lo que es la escritura, que es fijar algo, fijar una emoción. Y la cosa siguió como una costumbre... hasta hoy.

¿Cómo lo definiría, como un cuaderno de memorias, un diario personal, una autobiografia?

—Yo digo que es una obra, una obra que me llevó toda una vida escribir .

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