Prólogo. CORRAL, Rose. El paisaje en las nubes. Crónicas en El Mundo 1937-1942. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2009
Parece tan difícil imaginar la vejez de Arlt como la juventud de Macedonio Fernández. ¿Qué hubiera pasado con Roberto Arlt de no haber muerto a los 42 años? ¿Hacia dónde habría avanzado su escritura?
"Uno no se desarrolla verdaderamente y a su manera sino después de muerto", decía Kafka. Desde esa perspectiva habría que decir que la escritura de Arlt mejora con los años y se desarrolla en la dirección de la mejor literatura contemporánea. Y esto es así —también- porque se han ido creando las condiciones para que su obra pueda ser verdaderamente leída. Ha sido necesario despejar los sucesivos mitos que han entorpecido la comprensión de lo nuevo que Arlt traía a la literatura argentina.
Durante años la sociedad literaria ha tendido a corregir a Arlt y hasta los burócratas más melancólicos de nuestra literatura se han sentido con derecho a tratarlo con una especie de condescendiente benevolencia. La manifestación más visible de ese rechazo se expresa, por supuesto, en los juicios sobre su estilo. Difícil encontrar en la historia de nuestra literatura un ejemplo más claro de incomprensión y de ceguera.
El estilo de Arlt es un gran estilo y, si ha sido negado de un modo tan unánime, lo que debemos preguntarnos es qué era lo que su escritura venía a cuestionar. El rechazo de ese estilo era el síntoma de una desconfianza de fondo, una desconfianza que tendríamos que llamar social. Escritura desacreditada, la forma de escribir de Arlt aparece como la prueba y la señal de su incultura: escribe así porque no sabe, porque no tiene el refinamiento que permite, según se dice, cincelar un estilo. Arlt no sería un hombre educado: autodidacta (como la mayoría de los escritores argentinos, dicho sea de paso, desde Sarmiento y Hernández hasta Borges), ajeno a los sistemas de escolaridad que adiestran en el manejo correcto de la lengua; su relación con la cultura estaría fallada desde el origen.
La historia de la literatura nos ofrece versiones variadas de esta operación de descrédito. Virginia Woolf, por ejemplo, ha podido escribir sobre Ulises de Joyce: "Se me antoja un libro iletrado, falto de educación, la obra de un obrero autodidacto, y ya sabemos cómo son de fatigosos, egoístas, chillones, en última instancia, asqueantes". Nadie ha dicho esto explícitamente sobre Roberto Arlt, pero ése es el argumento básico que circula por debajo de muchas de las valorizaciones de su obra.
Por supuesto existen también (sobre todo entre sus defensores) los que han aceptado sin discusión este mito sobre la incultura de Arlt. Se trata para ellos de invertir el argumento y fundar ahí un juicio positivo: Arlt no sería un intelectual y eso garantiza la fuerza de su escritura. Expresión clásica de la ideología antiintelectualista (típica entre los intelectuales) que es un lugar común en el pensamiento reaccionario; esa perspectiva es la que determina una lectura de las obras de Arlt que ha hecho estragos en la historia de la crítica.
Convertirlo en un buen salvaje, hacer de él un escritor primitivo, espontáneo, puro corazón, es una interpretación que, por supuesto, no entraba en los planes de Roberto Arlt. Una noche (cuenta Mastronardi en su libro Formas de la realidad nacional), en una reunión de notorios escritores, después de escuchar una lectura de textos, Arlt se acercó al que leía y le preguntó con aire abstraído: "¿Usted piensa cuando escribe? ¿O se dedica de lleno a escribir sin distraerse del trabajo?". Muchos de sus críticos escriben sin distraerse: no era el caso de Arlt, él era de los que piensan mientras escriben, de los que piensan mejor en nuestra literatura, habría que decir, y para confirmarlo sólo hace falta ver el modo en que reflexiona en este libro sobre las noticias que lee "al margen del cable".
Las crónicas de Arlt están secretamente emparentadas con las Causeries de Mansilla y la comparación entre esas escrituras únicas permitiría definir dos momentos excepcionales de la lengua nacional. Mansilla y Arlt escriben con un estilo de una amplitud desconocida: usan la primera persona para hablar sobre todo y por todos, y discriminan los usos de la palabra como si estuvieran inventando una lengua. Por eso en Arlt y en Mansilla abundan las observaciones sobre las modalidades lingüísticas y las convenciones verbales: el periodismo es siempre una teoría del lenguaje.
Por otro lado, las crónicas de Arlt pertenecen al orden excéntrico de la sintomatología social: un registro de la patología y de los cambios en el clima psíquico de la sociedad. Bastaría referirse al modo en que el nazismo es percibido instantáneamente por Arlt -en varias de estas crónicas- como la gran mitología demoníaca de nuestra época.
A la manera de los investigadores paranoicos del expresionismo alemán (el doctor Mabuse, el doctor Caligari), Arlt tiene a su disposición hechos y situaciones a los que observa tratando de encontrar los datos que permitan inventariar un mundo nuevo: la utopía subyace en estos textos como el revés perverso del costumbrismo.
La literatura es para Arlt el laboratorio donde se experimenta con las conductas inesperadas y las especies ambiguas, con las partículas y las moléculas microscópicas de la vida social. Sus aguafuertes escritas durante casi veinte años son el archivo de esa investigación biológico-política. Múltiples y maleables, sus crónicas mezclan diagnósticos, pequeños panfletos, microhistorias, futuras novelas, fragmentos de un folletín personal, y extraordinarios registros de lectura.
Pero quizás lo más notable de las crónicas de Arlt es que fueron escritas por encargo. Se publicaron desde el primer número del diario El Mundo; posiblemente se trató de encontrar un lugar para Arlt como redactor especial. Y el redactor se convirtió en la noticia. La consigna era sencilla: Arlt estaba obligado a escribir pero nadie le decía sobre qué. Esta disposición (que dura años) es la base de la forma de sus crónicas y define el género. Arlt actúa como un observador exigido, obligado a encontrar "algo interesante". La experiencia de buscar el tema es uno de los grandes momentos de las aguafuertes. La obligación vacía de escribir les da una tensión de la que, por supuesto, carece el periodismo. Quiero decir, el periodismo busca el dramatismo en la noticia, y las crónicas de Arlt dramatizan la exigencia de escribir, la obligación de encontrar algo que decir. En más de un sentido, el cronista es quien -para decirlo así- inventa la noticia. No porque haga ficción o tergiverse los hechos, sino porque es capaz de descubrir, en la multitud opaca de los acontecimientos, los puntos de luz que iluminan la realidad. En nadie es tan clara como en Arlt la tensión entre información y experiencia.
Si tomamos los dos pares de términos experiencia/inexperiencia e información/ desinformación -escribe John Berger en su libro El sentido de la vista-, podemos ver cómo se relacionan. Operan en niveles muy diferentes. El primer par se refiere a la manera en que una persona da o no sentido a lo que le sucede. El segundo se refiere a un proceso social de ordenación sistemática de los hechos en la cual no surge, estrictamente hablando, la cuestión del significado.
Arlt trabaja con la experiencia pura, busca transmitir el sentido de los acontecimientos. Por eso sus crónicas se leen hoy mejor que cuando fueron escritas. No son escritos periodísticos en el sentido clásico pero son periodísticos porque ofrecen la novedad de una visión. En la notable serie de notas escritas "al margen del cable" incluidas en este libro, a las que me he referido, Arlt trabaja directamente sobre la interpretación de la noticia. Esas crónicas están construidas básicamente sobre una escena de lectura: Arlt comenta los cables que lee. Y su modo de leer es extraordinario. Amplifica, expande, asocia, cambia de registro y de contexto las noticias que recibe. Las revela, las hace visibles. Arlt ha titulado la mayoría de sus crónicas usando el modelo de una técnica gráfica (las aguafuertes, el ácido que fija la imagen) porque quiere fijar una imagen, registrar un modo de ver.
La excelente edición de Rose Corral de sus crónicas escritas a partir de 1937 nos ayuda a entender un momento clave de la transformación de la escritura de Arlt. En la línea de El obsesivo circular de la ficción (su notable libro sobre Los siete locos), Rose Corral analiza aquí las intrigas y las tramas comunes que circulan en la ficción y en las crónicas de Arlt. Novedoso y sorprendente, este libro permite fijar la visión, siempre actual y siempre renovada, con la que Roberto Arlt ha transformado nuestra percepción de lo real.