MATUS, Alvaro. Revista Qué Pasa, Chile, no. 1671, Abril 17, 2003) p. 71.
Autor fundamental de las letras hispanoamericanas, el argentino Ricardo Piglia saltó a la palestra en Chile cuando se descubrió que la ganadora del concurso Paula había plagiado un cuento suyo. En entrevista exclusiva, el autor se refiere a la polémica y repasa los aspectos centrales de su obra.
Cuando a Nicanor Parra le preguntaron en una entrevista a quién le daría el Premio Nobel de Literatura, la respuesta del antipoeta fue más que contundente: "A Ricardo Piglia, el súper Borges". Un juicio categórico que ayuda a calibrar la importancia de este autor argentino que, desde que en 1980 publicó la novela Respiración artificial, ocupa un lugar fundamental dentro de la literatura hispanoamericana contemporánea.
En Chile, sin embargo, Piglia era prácticamente un desconocido hasta que se descubrió, hace un mes, que el cuento con el que Paulina Wendt ganó el concurso de revista Paula 2003 es un plagio de El fin del viaje, relato con el que Piglia abre su libro Nombre falso. En ese momento, el nombre de este escritor de 62 años, fanático del género policial y admirador de Roberto Arlt, apareció en la prensa nacional como nunca antes. A él, en todo caso, el tema no lo preocupó mayormente. Estaba de vacaciones en México, cargando energías para iniciar el semestre en la Universidad de Princeton, donde es profesor visitante.
A pesar de las exigencias del mundo académico, Piglia se da tiempo para perderse en una pequeña librería dedicada a la literatura negra. "Está a la vuelta de mi casa y a veces me paso la tarde conversando con el dueño, que es un gran erudito en el thriller, un viejo profesor de literatura inglesa que quedó atrapado en las redes del género", comenta Piglia desde su hogar norteamericano. El segundo semestre del año lo pasa en Buenos Aires, viviendo lo que él llama "una forma deliberada de esquizofrenia", como si tuviera un doble o vidas paralelas, con distintos amigos y en distinta lengua. "Lo único que se mantiene igual son las tres o cuatro horas que dedico a escribir, o a mirar por la ventana, todas las mañanas. Me levanto temprano y no atiendo el teléfono. En Princeton, por ejemplo, enseño siempre por la tarde y escribo a la mañana, igual que en Buenos Aires. Y cuando viajo, esté donde esté, mantengo libres las mañanas, sin salir del hotel. Me gusta mucho la vida en los hoteles, son impersonales y cómodos, ideales para un escritor", agrega en un tono cortés y sencillo.
Como en sus cuentos, novelas y ensayos, sus respuestas son algo más que prosa y algo más que reflexión. El género policial, el escritor como impostor, el plagio como admiración ciega y la literatura como utopia fueron algunos de los temas de esta entrevista.
—¿Dónde está el limite entre intertextualidad, que fue la razón que dio Wendt para justificar las similitudes con su cuento, y la simple copia?
—Creo que en ese tipo específico de malentendido, que llamamos plagio, está en juego una práctica ligada a la apropiación y a la admiración, dos palabras tan parecidas. No me gusta mucho la jerga crítica y no suelo usar términos como metaliteratura o intertextualidad, pero es verdad que no creo en los relatos ingenuos. Tampoco creo que haya un relato puro y directo de los hechos por un lado, y por otro lado relatos más complejos donde se comentan los hechos que se narran. Ahora bien, el plagio está en el registro de la admiración y la identificación ciega. Quiero decir que el plagio es la forma más ingenua de admiración literaria. "Yo lo admiraba hasta el plagio", decía Borges de Macedonio Fernández. Borges quería decir que Macedonio era extraordinario y que él era un joven e ingenuo que no había encontrado su propia voz. En este sentido, considero un acto de admiración el gesto de la joven chilena.
—¿Qué le pareció el cuento de ella?
—No leí ese relato, y tampoco he vuelto a leer El fin del viaje desde que lo escribí. Por eso, no puedo decir si se trata de una copia, ni siquiera puedo decir si realmente se trataba de un acto inesperado de admiración. Quizá sólo le gustaba lo peor de ese relato.
—En Nombre falso, usted plantea varias preguntas sobre el tema de la autoría y la verdad, al colocar un texto supuestamente escrito por Arlt ¿Escribió Arlt el cuento que usted dice? ¿Es así como vivió sus últimos días?
—Bueno, en ese relato Arlt escribió esa historia y vivió así sus últimos días, lo cual no quiere decir que las cosas hayan sido así en la realidad. La literatura construye un mundo paralelo y a ese mundo paralelo un escritor puede transportar, digamos así, hechos o personajes reales. Algo de eso he tratado de hacer en mis libros, poner personas o hechos reales en mundos imaginarios y ver qué pasa.
—Desde ese punto de vista, el escritor sería alguien que se coloca una máscara para conectarse con otros autores, personajes o textos. ¿Qué piensa usted?
—Por supuesto que narrar una historia supone siempre ponerse en otro lugar. Toda la teoría del punto de vista de Henry James, que tanto efecto ha producido en la literatura contemporánea, supone que el que cuenta la historia siempre es otro. Basta leer El Gran Gatsby, de Fiztgerald. Allí, Nick encarna esa distancia, y se conecta con Daisy y con Gatsby, del mismo modo que en Respiración artificial Renzi se conecta con Tardewski, quien a su vez se conecta con Kafka.
—Usted ha reflexionado mucho sobre el género policial, donde el detective y el descubrimiento de la verdad -de un enigma- están en el centro de la narración. ¿Cómo surgió el interés por esta literatura?
—Empecé a leer policiales casi como un desvío natural de mi interés por la literatura norteamericana. Uno lee a Fiztgerald y luego a Faulkner y rápidamente se encuentra con Hammett y con David Goodis. Más tarde, entre 1968 y 1976, leí policiales por necesidad profesional, ya que dirigía una colección. Últimamente leo menos, aunque he descubierto aquí en Princeton una pequeña y excelente librería dedicada exclusivamente al género.
—El dinero, la ley y la verdad son algunos de los elementos de esta literatura. ¿Son éstos los temas que más le interesan como escritor?
—El género ha descubierto un modo de hacer literatura política sin hablar directamente de política. En eso se distancia de la literatura de denuncia social. Uno no sabe quién era el alcalde de Los Angeles en la época de las novelas de Chandler, pero sabe más sobre política norteamericana y sobre el funcionamiento de la sociedad norteamericana leyendo a Chandler que leyendo a cualquier otro escritor. Lo mismo puede decirse de Hammett o de Horace McCoy. Si uno quiere saber cuál es la mentalidad de los que decidieron la guerra contra Irak tiene que leer Cosecha Roja e inmediatamente después La maldición de los Dain. En esos libros de Hammett verá la misma combinación de prepotencia, mentira, corrupción y mística que define la política actual en EE.UU.
—Usted puede narrar tanto el asalto a un banco, como en Plata Quemada, como una discusión filosófica, como en Respiración artificial. —Es lo mismo, en los dos casos se trata de la muerte.
—Se ha dicho que la biblioteca es una forma de biografía. ¿Cuáles son los libros que mejor nos hablarían de Ricardo Piglia?
—Bueno, por ejemplo, he leído a lo largo de mi vida, siempre con asombro y como si fuera la primera vez, los poemas de Nicanor Parra. Lo considero el mayor poeta de la lengua después de Vallejo. Esos poemas, ¿podrían decir quién soy? No lo sé, pero podrían decir cuál es para mí el punto más alto al que se puede aspirar cuando se escribe. Siempre he querido escribir como Parra, con esa lucidez, esa claridad y esa ironía. Parra tiene un don único para hacerle decir al lenguaje lo que tiene que decir con la menor cantidad posible de palabras.