Prólogo. HIRSCHMAN, Sarah. "Gente y cuentos ¿A quién pertenece la literatura?", Fondo de Cultura Económica, México. pp. 12-17.
Este libro plantea un problema central, especialmente en estos tiempos: ¿qué quiere decir entender un relato? O en todo caso, ¿cuál es la compresión que está en juego en una narración? En Gente y cuentos quienes intervienen en la discusión literaria son personas ajenas a la literatura, muchas de ellas sin educación formal y en condiciones de pobreza y marginalidad. En ese punto la apuesta de este libro la aproxima a las Lecciones de literatura de Nabokov, también destinadas a discutir los textos con un grupo alejado de los contextos literarios estudiados (los undergraduates de los colleges estadounidenses).
Enfrentados con las tendencias dominantes de la crítica literaria actual, ambos libros se proponen definir antes que nada los procedimientos de uso de la narración: en el caso de las clases de Nabokov, los mapas, los diagramas y los esquemas; en el caso de la experiencia de los grupos de Sarah Hirschman, los lugares, las formas y los criterios de lectura y discusión. La crítica no es un modelo teórico, sino una caja de herramientas, un atlas que señala los caminos de acceso a la literatura...
Hay dos grandes tradiciones culturales, que Leo Strauss ha identificado con dos ciudades, Atenas y Jerusalén: por un lado, la tradición del concepto y la discusión filosófica de la tradición griega; por el otro, la tradición de la Biblia, con las parábolas, los relatos y las profecías que revelan el sentido.
La narración no argumenta con conceptos, es un modo de hacer ver y de dar a entender; no se enfrenta una significación equivocada a una significación cierta, el conocimiento circula de otro modo.
La vieja distinción de Henry James entre telling and showing, entre decir y mostrar, es una clave en el funcionamiento del relato. La narración revela significados sin nombrarlos, los señala, los hace ver. Podríamos decir que se busca mostrar (enseñar) un sentido que está implícito.
Hacia 1840 Edgar Poe define la forma moderna del cuento en tensión con la información periodística. El periodismo de masas que surge en ese momento se funda básicamente en informaciones que no tienen fin. El cuento teorizado por Poe se estructura, en cambio, como un suceso cerrado y autosuficiente. Se define ahí el conflicto entre narración e información, que no ha dejado de crecer y de expandirse en el mundo actual.
La narración pone en juego la conclusión y la experiencia, mientras que la información (incluso la información cultural) es un proceso de acumulación acelerada de datos, del que no surge, estrictamente hablando, la cuestión del sentido. La circulación sin fin constituye la característica más relevante de la información, y su especialidad, como ha señalado Walter Benjamín en El narrador, reside en que el sujeto no está implicado en la interminable repetición de las noticias.
Si la sociedad de masas expone a los sujetos a un exceso de información, en cambio el relato los define limitando la dispersión y dándoles a los acontecimientos la forma de una experiencia individual.
A narrar no se aprende en la universidad. La narración es un saber general, que se ejercita desde la infancia. Contar historias es una de las prácticas más estables de la vida social. Un día en la vida de cualquiera de nosotros está hecho también de las historias que contamos y nos cuentan, de la circulación de relatos que intercambiamos y desciframos instantáneamente en la red de la vida social. Estamos siempre convocados a narrar. “Contame” es una de las grandes exigencias sociales.
Todos ejercemos la narración y sabemos lo que es un buen relato. ¿Pero qué sería un buen relato? Una historia que le interesa no sólo a quien la cuenta, sino también a quien la recibe. Un ejemplo cotidiano es el relato de los sueños. El que cuenta un sueño afronta los problemas que tienen los narradores que creen que las historias que les interesan a ellos serán interesantes para todos. Cuando uno cuenta un sueño, cuando uno dice “Soñé con la casa de mi infancia”, esa imagen tiene para el narrador una significación extraordinaria, porque recuerda bien cómo era esa casa de la infancia. Pero hay que saber transmitir ese recuerdo y ese sentimiento.
De modo que un buen narrador no es solamente el que ha vivido la experiencia, el sentimiento de la experiencia, sino aquel que es capaz de transmitir esa emoción. Por eso, cuando me cuentan un sueño –lo digo también un poco en broma– trato de ver si estoy en el sueño, si aparezco ahí, porque eso haría al sueño un poco más interesante, o más peligroso quizá, pero en todo caso yo quedaría implicado en esa historia ajena. La narración depende de esa implicación y está siempre ligada al que recibe el relato (en esa relación se ha fundado la poética del cuento, desde Poe a Borges). El relato se acelera o se distiende según el interés que produce, y ésa es una clave en la historia moderna de la narración...
La narración es una de las formas originales del uso del lenguaje. Algunos autores, como André Jolles o como Georges Dumézil, incluso piensan que la narración está en el origen de la cultura. Por su lado, Karl Popper, en su ensayo Replies to my Critics, en Paul A. Schlipp (ed.), The Philosophy of Karl Popper, ha señalado:
“Yo propongo la tesis de que lo más característico del lenguaje humano es la posibilidad de contar historias. Bien puede ser que esta habilidad haya existido en el mundo animal. Pero sugiero que el momento en que el lenguaje se volvió humano se encuentra en la más estrecha relación con el momento en que el hombre inventó un cuento.”
Narrar sería la condición de posibilidad de ese acontecimiento –enigmático, un poco milagroso– en el que surge el lenguaje. Se usan las palabras para nombrar algo que no está ahí, para reconstruir una realidad ausente, para encadenar los acontecimientos, establecer un orden, reconstruir ciertas relaciones de sentido.
Podemos recordar el ejemplo que daba el novelista inglés Edgard Morgan Forster en su libro Aspectos de la novela: “‘El rey murió y luego murió la reina’ es un hecho. ‘El rey murió y luego murió la reina, de tristeza’ es un relato”. Se preserva la sucesión en el tiempo, pero el sentimiento de la causalidad (“de tristeza”) lo eclipsa. La motivación, el sentido, por qué suceden las cosas, es la base del arte narrativo.
La narración es una historia de larguísima duración. “El relato es inmensamente antiguo, se remonta a los tiempos neolíticos, quizás aun a los paleolíticos. El hombre de Neandertal oyó relatos, si podemos juzgarlo por la forma del cráneo”, señala el mismo Forster.
Siempre se han contado historias. Podríamos incluso inferir el comienzo de la narración al imaginar el primer relato.
Supongamos que el primer narrador se alejó de la cueva, quizá buscando algo para comer, persiguiendo una presa, cruzó un río y luego un monte y desembocó en un valle y vio algo ahí, extraordinario para él, y volvió para contar esa historia. Podemos imaginar que el primer narrador fue un viajero. De hecho, el viaje es una de las estructuras centrales de la narración: alguien sale del mundo cotidiano, va a otro lado y cuenta lo que ha visto, narra la diferencia. Y ese modo de narrar, el relato como viaje, es una estructura de larguísima duración que ha llegado hasta hoy. No hay viaje sin narración; en un sentido, se viaja para narrar.
También podríamos pensar que hay otro origen del acto de narrar. Porque sabemos que no hay nunca un origen único, hay por lo menos dos comienzos, dos modos de empezar. Imaginemos ahora que el primer narrador fue al adivino –el chamán, el rastreador– de la tribu, el que narra una historia posible a partir de rastros y vestigios oscuros. Hay unas huellas, unos indicios que no se termina de comprender; es necesario descifrarlos, y descifrarlos es construir un relato. Esta otra vía nos conduce a la sospecha de que el primer narrador fue tal vez alguien que leía signos, que leía el vuelo de los pájaros, las huellas en la arena, el dibujo en el caparazón de las tortugas y que, a partir de esos rastros, reconstruía una realidad ausente, un sentido olvidado o futuro. A esa reconstrucción de una historia a partir de ciertas huellas que están ahí, en el presente, a ese paso a otra temporalidad, lo nombraremos el relato como investigación. Hay algo que no sabemos y el relato lo reconstruye, lo imagina, lo narra.
Etimológicamente, narrador quiere decir “el que sabe”, “el que conoce”, y notamos esa identidad en dos sentidos, el que conoce otro lugar porque ha estado allí y el que tiene las técnicas que permiten adivinar, conocer, narrar lo que no está aquí.