SOMOZA, Patricia y VINELLI, Elena. Historia oral de los libros. Radar Libros, Página/12, Buenos Aires, 8 de abril de 2012
Nació en los agitados meses de 1969 que siguieron al Cordobazo y llegó a su fin con el golpe de 1976. Fundada y dirigida por Héctor Schmucler, la revista Los libros bebió de fuentes y modelos de la semiología, la lingüística, la filosofía, en especial del estructuralismo y el marxismo, hasta convertirse en uno de los laboratorios de literatura y política clásicos de las décadas de los ’60 y ’70. La Biblioteca Nacional publica la edición facsimilar completa, con un agregado fundamental no sólo para esta edición sino para la historia intelectual argentina: la historia de aquel emprendimiento contada por varios de sus participantes más destacados como Ricardo Piglia, Carlos Altamirano, Germán García, Guillermo Schavelzon y el propio Schmucler y de la que en estas páginas se reproducen algunos de sus mejores momentos.
Se fue ennegreciendo el panorama político, y eso terminó en la dictadura. La revista,
que estaba muy bien editada y era en colores, pasó a ser por problemas económicos en blanco y negro, como una metáfora de la vida política del país. -Nicolás Rosa, 1998
El epígrafe con que se inicia este artículo da cuenta del singular recorrido de Los Libros, desde sus inicios en los agitados meses de 1969 que siguieron al Cordobazo, hasta su abrupta fnalización poco después del golpe de Estado de 1976.
A treinta años de aquella experiencia, las voces de sus protagonistas, prestigiosos intelectuales del campo cultural, prestan una lúcida mirada retrospectiva sobre aquella intervención cultural y política que signifcó una renovación en el campo de la crítica. La idea de recuperarlas y reunirlas está orientada menos a la imposible tarea de reconstruir el itinerario de la revista que a presentar sus versiones e interpretaciones efectuadas desde el presente sobre una historia compleja y conflictiva. A partir de entrevistas individuales, sus voces fueron puestas a conversar en un collage de citas alrededor del eje convocante de lo que la revista fue para ellos.
En julio de 1969 empieza a ser editada la revista Los Libros. Fundada y dirigida por Héctor Schmucler, que acababa de llegar a la Argentina luego de estudiar en Francia con Roland Barthes, la revista toma como modelo la publicación francesa La Quinzaine Littéraire. El primer subtítulo de Los Libros, “Un mes de publicaciones en Argentina y el mundo”, da cuenta del propósito de la publicación y de la relación con su modelo: como La Quinzaine, pretendía intervenir en el mercado reseñando libros de literatura, antropología, lingüística, comunicación, psicoanálisis, teoría marxista, filosofía, y sostenía un criterio riguroso a la hora de elegir a sus colaboradores, escritores, críticos, investigadores, que posteriormente serían reconocidos como destacadas fguras del campo intelectual argentino. Publicada por la editorial Galerna de Guillermo Schavelzon, la revista comienza a salir mensualmente, aunque con cierta irregularidad, en formato tabloide. En sus siete años de vida y sus cuarenta y cuatro números, fue cambiando de subtítulos, formato, propuesta, dirección, colaboradores y auspiciantes.
La revisión de las propuestas iniciales, los cambios y sucesivos reacomodamientos se vinculan con dos ejes que estuvieron en constante tensión: uno, vinculado con la nueva crítica, la difusión de nuevas corrientes teóricas y su relación con la política; y el otro, relacionado con el rol de los intelectuales en una situación política que se desarrollaba a una velocidad inusitada (...) En el número 21 (agosto de 1971) se retira Galerna; Guillermo Schavelzon deja de ser el editor responsable, se pierde el auspicio de importantes editoriales de Latinoamérica y empieza la etapa de autofinanciamiento. Las restricciones económicas impiden que la tapas de la revista continúen saliendo en color. El nuevo subtítulo que aparece en el número 22 (septiembre de 1971), “Para una crítica política de la cultura”, acompaña los cambios que se venían sucediendo y que se habían hecho explícitos en la nota editorial del número precedente: leer no sólo los textos escritos sino también los hechos histórico-sociales y contribuir a cambiar las condiciones en que la cultura se produce. La ampliación de la propuesta supone también una modifcación en el staff de dirección a partir del número 23: si bien Schmucler continúa a la cabeza, se crea un consejo de dirección conformado por Ricardo Piglia, Carlos Altamirano y el propio Schmucler. Enseguida se suman al consejo Beatriz Sarlo, Germán García y Miriam Chorne. Estos movimientos en la dirección revelan ciertos desacuerdos respecto de la orientación de la revista, que eclosionan en el momento de la publicación de un artículo de análisis político referido al Gran Acuerdo Nacional, en el número 27 de julio de 1972. Su inclusión provoca el alejamiento de Héctor Schmucler, el fundador de la revista, seguido por el de Germán García y Miriam Chorne dos números después.
Con Sarlo, Altamirano y Piglia al frente de la revista, se inicia un momento radicalmente diferente, que ha sido denominado “la etapa de la partidización”: una vuelta de tuerca en relación con la etapa de “politización” demarcada a partir del número 1516. Con la nueva dirección la revista comienza a publicarse bimensualmente y en formato A4.
Las divergencias políticas en relación con la evaluación del gobierno de Isabel Perón en el número 40 (marzo-abril de 1975) provocan el alejamiento de Ricardo Piglia. El consejo de dirección, ahora “comité de dirección”, queda a cargo de Altamirano y Sarlo. La revista observará un nuevo subtítulo, “Una política en la cultura”, hasta el número 44 (enero-febrero de 1976). El golpe militar de marzo de 1976 señala el fin de la publicación: el allanamiento y la clausura de la redacción impiden que el número 45 salga a la calle.
Ricardo Piglia: En Francia salía, y sale todavía, una revista que se llamaba La Quinzaine Littéraire, que es una revista de información bibliográfca cuya particularidad consiste en que todos los libros que salen en la quincena o en el mes están reseñados. Entonces, ese fue el modelo que Schmucler trajo de París para hacer acá; es decir, una revista donde todo lo que se publicara estuviera reseñado.
Schmucler: Y se me ocurrió junto a un editor, que es Guillermo Schavelzon, de Galerna, hacer una revista al estilo de [La Quinzaine]. Pero yo diría con una marca más vanguardista. Hasta la diagramación es espantosamente estructuralista (...) Todo eso traído al espacio argentino inmediatamente empieza a tener tonos políticos, sobre todo porque aparecía en el año ’69.
Guillermo Schavelzon: Galerna en esos años era una síntesis del clima de aquella Argentina vibrante, llena de esperanzas, un ambiente progresista donde se juntaban marxistas con católicos de izquierda.
En 1968 o 69 apareció por la librería Galerna de la calle Tucumán un joven y pelirrojo Héctor Schmucler (...) Yo hacía tiempo tenía en mente un modelo de publicación francesa que me encantaba, La Quinzaine Littéraire, la revista que por décadas publicó Maurice Nadeau. Pero no tenía la formación ni la preparación necesaria para armar un proyecto de esa naturaleza, sólo el interés y la convicción. La Quinzaine fue el modelo formal de Los Libros, y mi trabajo como editor fue trabajar con Schmucler para posibilitar la publicación.
Piglia: La idea era que la revista iba a ser útil porque la iba a comprar mucha gente, porque nosotros nos proponíamos hacer lo que no hacen los diarios, que dejan de lado muchos de los libros que salen. Queríamos ser exhaustivos, que cualquiera pudiera saber qué se estaba publicando. Yo recuerdo la sensación de felicidad que tenía cuando iba a la ofcina y estaban todos los libros que se habían publicado. Las editoriales empezaron en seguida a mandarnos todo lo que sacaban porque se dieron cuenta de que nosotros avisábamos. El proyecto se puso en movimiento porque Galerna puso la plata, lo cual es una prueba de cómo funcionaban las pequeñas editoriales. Ahora sería imposible imaginar que una editorial financiara una revista como ésa.
Schavelzon: La venta de la revista se hacía fundamentalmente en librerías, del número 1 creo que hicimos 15.000 ejemplares. Enviamos a quioscos, a todas partes, pero la verdad es que cuando terminamos de recibir la devolución, la venta efectiva no llegaba a 3000 mil ejemplares. Fue una decepción muy fuerte, pero sin embargo seguimos como si nada (...)
Piglia: Yo escribía la revista y formaba parte, digamos, del proyecto intelectual. Pero al mismo tiempo formaba parte de la redacción, es decir, trabajaba con Schmucler en el diagrama y en la preparación de los números, y en la escritura de la sección de las reseñas breves, que para nosotros era muy importante. Te estoy hablando del primer momento, hasta que la revista se empezó a politizar, cosa que fue todo un proceso. Cómo sería yo en ese momento, que la revista me parecía demasiado liberal y por eso no quise aparecer. Digamos, era todo un izquierdista... Entonces le dije a Toto: “Mirá, yo estoy en esta revista, pero no me puedo hacer responsable de todo lo que publican, entonces prefiero no aparecer”.
Altamirano: El propósito de Toto Schmucler era animar una revista que concentrara la nueva crítica, por lo menos tal como se hacía en aquel momento en Buenos Aires, y un poco en Rosario y en Córdoba. Fue una manera de reunir a la crítica que no se practicaba en la universidad. Estamos hablando del 69, es decir que se había barrido con lo que era la renovación crítica de los sesenta. Todo este sector de la crítica literaria que había quedado afuera de la universidad había renovado sus instrumentos críticos, en general con alguna versión de lo que se llamaba estructuralismo, que signifcaba prestarle más atención a la construcción formal. Es cierto que había algunos que eran claramente representantes de la nueva crítica, como Nicolás Rosa, pero otros no, como Adolfo Prieto. Los colaboradores de la revista que eran representantes de la nueva crítica, escribían con un lenguaje que los que estábamos afuera tomábamos un poco en solfa, ridiculizábamos, considerábamos que era el lenguaje de las preciosas ridículas (risas); seguramente era nuestro resentimiento frente a eso.
Piglia: ¿Qué era la crítica entonces? Era la estilística, de Anita Barrenechea y el grupo de Instituto de Filología. Y estaba muy bien. Y por otro lado había una crítica marxista sociológica, que estaban haciendo Viñas, Prieto, que para nosotros era vulgar y de la que tratábamos de tomar distancia. Más allá de que tuviéramos muy buena relación con ellos, con David Viñas, con Jitrik, intentábamos tomar distancia de la crítica estilística y de la crítica más contenidista.
Los Libros. Edición facsimilar Ediciones de la Biblioteca Nacional 4 tomos
Las diferencias de posiciones e intereses entre los integrantes fueron el motor de la mayoría de los cambios que sufrió la revista. Lejos de manifestarse desde los inicios y de permanecer idénticas a sí mismas mientras duró la publicación, estas diferencias fueron manifestándose a medida que los cambios políticos en el país y la región se aceleraban a un ritmo vertiginoso y que los integrantes de Los Libros se politizaban y radicalizaban (...) La tensión entre literatura y política, y literatura y sociedad, productiva en los comienzos, se va resolviendo en una nueva y tensa relación entre política y sociedad, en la que la literatura y la crítica parecen perder lugar.
De manera casi inevitable, como reconocen hoy muchos de sus integrantes, el clima inicial de tolerancia y convivencia sufrió los embates del proceso de politización de la sociedad. Con la radicalización de los miembros, el grupo se modificó el proyecto original de la revista y el colectivo inicial se fragmentó para dar lugar a desacuerdos políticos irreconciliables y a un clima en el que muchos reconocen, hoy, que primaba el sectarismo.
Piglia: Toto, que es un tipo fantástico, cada vez que había problemas difíciles utilizaba el sistema democrático de traer un grabador y armar una discusión. Eso se produjo dos veces. Una vez, cuando salió el libro de Nicolás Rosa, Crítica y signifcación, que era como un libro nuestro. ¿Entonces quién hacía la crítica de eso? Y Toto dice: “Hagamos una conversación”. Y hacemos una discusión en mi casa yo vivía en Sarmiento y Montevideo: vienen Josefina Ludmer, Nicolás Rosa, Germán García, Toto Schmucler, y viene Masotta con Osvaldo Lamborghini, como una especie de patota... Nicolás Rosa en ese libro era muy sartreano, y Masotta se manda una patoteada increíble porque lo empieza a acusar de copiarlo a él. Cuando en realidad eran los dos los que tomaban los tonos de Sartre. Entonces se arma un debate increíble, donde Nicolás queda completamente acorralado y la crítica del libro queda en suspenso. Esto es una prueba de que la revista no podía resolver la dinámica interna de sus propios confictos y Toto, frente a eso, usaba el sistema de decir, bueno, discutamos. Pero la discusión fue tan violenta que en ese momento no se pudo publicar nada de esa conversación sobre el libro de Nicolás Rosa.
Altamirano: Hubo dos discusiones grandes. Una fue con el asunto de Padilla y los intelectuales en Cuba. La discusión se hizo en las oficinas de Siglo XXI. Duró no sé si un día entero o tuvo más de una sesión. Y como había zonas de acuerdo y otras de desacuerdo, se hizo un gran resumen para tratar de recoger todas las voces. Ahí los más críticos respecto de la dirección de Cuba con los escritores fuimos Ricardo y yo, que éramos los maoístas; y los más inclinados a comprender fueron Toto, Pancho Aricó y Funes, que estaban enfrentados con nosotros.
Germán García: Contrariamente a lo que puede parecer, éramos muy tolerantes en ese momento. Porque el peronismo obligaba al marxista doctrinario a ser más blando, o más confuso... Y eso se ve en la consignas de la Juventud Peronista de izquierda, que eran: “Mao y Perón, un solo corazón”. Te das cuenta que había una cierta confusión. Yo simpatizaba con el peronismo porque el peronismo no te exigía que tuvieras que hacer doctrina con su discurso. Paradójicamente, con su adherencia al líder, el peronismo dejaba una gran libertad discursiva, porque se podía ser peronista y espiritista, peronista y lacaniano, peronista y cualquier cosa (risas). No tenías la obligación de adecuar tu discurso a una exigencia doctrinaria. Creo que algo así también pasaba con los marxistas que vinieron del Partido Comunista, como Schmucler, que salió de ahí: los marxistas de la llamada “nueva izquierda” en la Argentina eran muy fexibles en ese sentido, y no podían ser muy dogmáticos, porque además había problemas internos: unos eran althusserianos; otros, maoístas, y otros no sé qué. O sea que había un clima que permitía cierta convivencia.
En el número 21, Galerna abandona el proyecto y la revista empieza a autofinanciarse. La nota editorial pone en palabras lo que de hecho estaba sucediendo: además de los “textos que ofrece la escritura” se leerían “hechos histórico sociales”. Los Libros dejará de ser una revista de libros, como señalaban los primeros subtítulos, y ese cambio se traducirá en el nuevo eslogan del número siguiente: “Para una crítica política de la cultura”.
Junto con el nuevo subtítulo se modifica la conducción de la revista. Si bien Schmucler continúa como director, se crea un consejo de dirección conformado por el propio Schmucler, Ricardo Piglia hasta entonces colaborador y Carlos Altamirano, nuevo miembro: el “triunvirato” en el decir de Altamirano dura apenas dos números (23 y 24), pues en el número 25 el consejo se amplía a seis miembros.
Ambos cambios de staff se vinculan con la cada vez mayor gravitación de la política en la revista y con los acuerdos y divergencias entre los integrantes en relación con el debate sobre la posición de los intelectuales en los proyectos de transformación revolucionaria. La discusión acerca de si la revolución en la Argentina pasa o no por el peronismo es también decisiva en la conducción de la revista.
Piglia: En la época en que se va Galerna, pasa una cosa muy divertida para llamarla de algún modo: Toto Schmucler se vuelve maoísta durante quince días más o menos (risas). En esos quince días, como yo también era maoísta, decidimos darle esa orientación a la revista. Y entonces yo digo: “invitémoslo a Altamirano”, que también era maoísta. Por eso en el consejo aparecemos los tres, porque hay un acuerdo político, no de partido ni de grupo, sino que estábamos de acuerdo en darle a la revista una orientación maoísta. ¿Qué quiere decir ser maoísta? Quiere decir no estar con el PC. Eso era lo quería decir para nosotros ser maoísta, hacer una crítica a la Unión Soviética. Era la única crítica a la Unión Soviética hecha desde otro país socialista, es muy especular. Entonces, en resumen, en el momento ese, en que Toto está cercano a la posición del maoísmo, la revista está dirigida por Toto, por Carlos Altamirano y por mí.
Altamirano: Así fue como se produjo la formación del triunvirato. Y ahí se inicia otro capítulo, donde la política pasa a tener mayor gravitación en las páginas, pero también en la cabeza de Schmucler. Esto quiere decir que la discusión acerca de la orientación política de la revista pasa a ser un tema, una cuestión a considerar. “Política” en esos años no se vinculaba con lo que se vincula ahora, la ciudadanía, la democracia..., sino con la lucha armada y ese tipo de cosas. Entonces hay una radicalización creciente por parte de todos. Esto me incluye a mí: además yo era militante del comunismo revolucionario o comunismo maoísta. Y cada uno tenía su cuadernito y su referencia política. Y la radicalización trajo tensiones.
Piglia: Pero enseguida Toto se hace peronista, casi montonero, como todo el mundo. Y entonces, está en minoría con nosotros dos y amplía el consejo de dirección. Se le ocurre la idea de llamarla a Beatriz Sarlo, que en esa época era peronista, como todo el mundo (risas), y entonces Toto la incorpora a ella, a Germán García, que era amigo de Toto y que, como ustedes saben, fue el que trajo la nopolítica, y a Miriam Chorne, que en ese entonces era la mujer de Toto.
García: A mí el mundo de la militancia no me parecía demasiado serio. Empezaron a multiplicarse las siglas, las alianzas, las rupturas. Había demasiado culto al heroísmo. Y yo era lector de Gombrowicz. Si vos leés Transatlántico o Ferdydurke te das cuenta qué pensaba Gombrowicz del heroísmo. Y a mí me gustaba muchísimo Gombrowicz. Así que me tomaba las cosas un poco en chiste. Yo me consideraba una persona más bien de vanguardia, por decir así. Yo estaba muy advertido de que las alianzas entre las vanguardias culturales y las políticas son siempre de medianoche, duran un ratito: los surrealistas con Trotsky, los dadaístas con los marxistas alemanes. Nunca duran, porque la idea de la vanguardia es privilegiar el ahora, por algo se inventó el happening; la vanguardia no participa de la idea de que nuestros nietos van a ser los beneficiarios de lo que vamos a hacer nosotros. Además yo tenía mucha simpatía por ese mundo, los hippies, el Di Tella, que los otros veían como los últimos restos de la corrupción burguesa y la influencia norteamericana. Y a mí me caían mucho más simpáticos. Ir a fiestas, fumar marihuana..., todo eso me parecía un mundo menos tortuoso.
Las diferencias en la caracterización del gobierno de Isabel Perón precipitan la última gran crisis que atraviesa la revista, que termina con el alejamiento de Ricardo Piglia. Sarlo y Altamirano quedan al frente de Los Libros y el consejo de dirección pasa a llamarse comité.
Esas diferencias se expresan en dos cartas, presentadas en columnas paralelas que, a modo de editorial, abren el número 40: a la de Ricardo Piglia responden Sarlo y Altamirano. Mientras que para Piglia el gobierno de Isabel Perón, con su política represiva, reaccionaria y antipopular favorece el golpe de Estado y los intereses del imperialismo norteamericano; para Altamirano y Sarlo, que reconocen que la represión del gobierno “debilita el frente antiyanqui”, la defensa del gobierno de Isabel es, sin embargo, la alternativa contra el golpe de Estado y el expansionismo de lo que identifican con los dos imperialismos, el norteamericano y el soviético.
Sarlo y Altamirano continúan en la dirección de la revista durante los que serán los últimos cinco números, en los que ya se habla de la inminencia del golpe.
El último número, el 44, es de enerofebrero 1976. En marzo, el golpe militar impacta sobre el país y sobre Los Libros. El número 45 quedará definitivamente perdido cuando la redacción sea allanada y clausurada. La revista, que nació al calor del Cordobazo y de la efervescencia de los nuevos saberes relacionados con la renovación en el campo de las ciencias sociales, encuentra su fnal cuando la interrupción del orden institucional a manos de los militares ensombrece el país.
Altamirano: La posición de Ricardo, que estaba próximo a Vanguardia Comunista, era que no se podía defender al gobierno de Isabel contra el golpe, porque era el gobierno el que producía la situación que activaba el golpismo, se podría decir. Nosotros decíamos que había una actividad conspirativa que abarcaba civiles y militares y que había una actividad de provocación por parte de la izquierda. Y se va Ricardo. En fin, tres maoístas juntos no podían más que dividirse (risas).
Schmucler: El PCR tenía un pensamiento absolutamente psicótico. Habían armado el esquema del “amigo del enemigo” que era verdaderamente psicótico. Parece una especie de caricatura grotesca, este esquema del enemigo. Y yo creo que sin querer pusieron eso en funcionamiento también en la revista porque la revista había adquirido tonos más sectarios.
Piglia: Yo me voy en el setenta y cinco porque la alianza que teníamos con Beatriz y Carlos se empieza a complicar: la gente del PCR, con la que ellos estaban, empieza a apoyar a Isabel... Se produce una especie de diferenciación política y entonces ya no hay acuerdo, y me voy. Viene el golpe, me voy a Estados Unidos por primera vez en ese momento, vuelvo y los tres juntos hacemos Punto de vista.
Altamirano: En el último número, ya no recuerdo si Beatriz y yo tuvimos injerencia o no en el material publicado, porque nos habíamos ido del partido. El último número salió bajo la dirección de un sicólogo que se llamaba Osvaldo Bonano. El fue preso. Y nosotros estábamos tan desvinculados que un día yo me aparezco por la librería Galerna, que estaba debajo de la oficina de la revista, y el chico que atendía, que era amigo nuestro, me ve a mí como si hubiera visto un resucitado. Y no sabía ni qué decirme. Yo ignoraba todo, fui lo más campante: y me dice, ¿no sabías que hubo un allanamiento?
Schmucler: En la realidad la significación de Los Libros fue todo el tiempo anterior, no porque estuviéramos nosotros sino porque se articuló a un proceso cultural muy signifcativo (...) Hubo un momento de expansión, de explosión de formas culturales.
Piglia: La primera etapa es la más interesante, es un momento muy productivo de circulación de mucha gente, y se pueden leer ahí todos los debates: aparecen Lacan, Althusser. Todas cuestiones que nosotros estábamos poniendo en circulación. Y si hacés la lista de la gente que está interviniendo, te das cuenta de que en la revista está toda una generación: Beatriz Sarlo, Germán García, Josefina Ludmer, Oscar Terán, Ernesto Laclau, Jorge Rivera, Lafforgue, Eduardo Menéndez un tipo muy interesante, muy inteligente, que se perdió, creo que García Canclini, Oscar Del Barco, toda la generación posterior a Contorno. Después la política se lleva todo y se hace una revista de izquierda más.