Los Libros, Núm 29, Marzo-Abril, 1973
¿Por qué Piglia dice que la escritura de Arlt es una escritura desacreditada?
Piglia parte del prólogo de Los lanzallamas, donde Arlt reconoce que escribe mal, pero se excusa diciendo que, en tanto proletario (o, al carecer de “comodidades, rentas, vida holgada”) siempre ha escrito urgido por el tiempo. Indirectamente propone, entonces, ser leído desde su condición de proletario.
Al considerar la escritura como un lujo, y al estilo como algo que requiere tiempo y tranquilidad, Arlt está señalando que el hecho de tener una escritura requiere un esfuerzo doble para el proletario. La escritura pareciera ser monopolio del que tiene dinero para pagarla. Es decir, el que puede pagar el tiempo que cuesta y la cultura que cuesta. Arlt siente que adentrarse en el mundo literario, en tanto proletario, es una especie de transgresión.
El hecho de que la literatura de Arlt tenga demanda en el mercado (era un escritor reconocido a nivel popular, y los días en que escribía su columna el diario vendía más ejemplares) hacía que las editoriales le pagaran por anticipado, antes de escribir la obra. Esto implica al menos dos cosas: una, que la obra debía ser vendible, por lo que una literatura experimental o vanguardista, por ejemplo, le hubiese cerrado las puertas de muchas editoriales; y dos, que al “alquilar” su literatura Arlt contrae una deuda. Le pagan por algo que todavía no ha escrito, y le dan un plazo. Así, su escritura debe saldar deudas a plazo fijo.
Entonces, tanto a nivel formal como de contenido, el mercado condiciona (aunque no determina) la literatura arltiana, transformada asimismo en mercancía.
En este sentido Piglia dice que es una escritura desacreditada. Y en este sentido Arlt puede reconocer que escribe mal.
a) El valor del estilo
¿A qué se refiere Piglia con el valor del estilo?
El estilo, dice Piglia, está condicionado por el valor. Y el valor está determinado por el mercado. En este caso el mercado literario.
El estilo folletinesco, dice Piglia, es el ejemplo máximo del modelo de escritura financiada (Dostoiesvky, Ponson du Terrail, Eugene Sue, etc). En el folletín, el estilo y la técnica adoptan características comunes: fundamentalmente el suspenso. En cada entrega se busca que el lector se quede “es ascuas”, o diríamos hoy “manija”. Y que se vea obligado a comprar la próxima entrega.
La literatura folletinesca, dice Piglia, es una mercancía que nunca se termina de entregar. Implica una economía literaria que convierte al lector en un cliente endeudado. (Y agrego: hoy en día el folletín se ve muy claramente en Netflix, por ejemplo. Relatos por los cuales hay que pagar por anticipado, y que en muchos casos, como por ejemplo en “Stranger Things”, lo único que ofrecen es, precisamente, el suspenso: lo mejor es siempre lo que está por venir).
En Arlt, gran lector de literatura folletinesca, su literatura es influida por ese estilo. Que a su vez también determina una “moral”: escribir bien significa generar demanda en el mercado, escribir mal significa no generar demanda. Por este motivo a Arlt no le preocupa tanto “escribir mal”, entendiendo esto como no tener un estilo demasiado depurado o tener errores a nivel formal. Dice Arlt: “conozco gente que escribe bien, y sólo son leídos por la familia”.
¿Escriben bien porque nadie los lee o nadie los lee porque escriben bien?
Existe una moral aristocrática de la literatura que Arlt invierte. En su sinceridad brutal, Arlt deja al descubierto que toda literatura está mediada por determinaciones económicas. Que no existe, como pretende la moral literaria aristocrática, una no-mediación o inmediatez entre el texto y el lector. Dice Piglia: la cultura es ese vacío que ocupa la ideología dominante, que disuelve y reemplaza las relaciones materiales y de producción.
El mérito de Arlt, entonces, sería a través de la literatura desnudar a la ideología y dejar al descubierto una sociedad capitalista fundada en la ganancia.
b) Los códigos de clase
Los códigos de clase, explica Piglia, son los códigos que hacen posible la literatura y su lectura.
Piglia lo ejemplifica con la crítica que le hace José Bianco a Arlt.
José Bianco fue un escritor de estilo pulcro y elegante, y de temas referidos a la alta sociedad porteña. Fue secretario de la revista Sur, que reunía a los escritores del Grupo de Florida. El 1961 fue invitado a la Cuba revolucionaria (1959) por la Casa de las Américas, que además le pidió que escribiera una crítica sobre Arlt. El hecho de haber aceptado esta invitación hizo que Victoria Ocampo, fundadora y directora de la revista Sur, lo destituyera de su puesto de secretario.
Bianco hace una crítica simplista de Arlt, como la que le hacía el Grupo de Florida en los años 30, cuando todavía no se entendía esa literatura extraña, que hablaba de la ciudad, los suburbios, la marginalidad, la delincuencia, la prostitución, la sordidez. La literatura todavía se refería mayormente al campo. Para dar una idea, en el mismo año que se publicó El juguete rabioso, 1926, Ricardo Güiraldes publicaba Don Segundo Sombra.
Dice Bianco en su crítica: “Arlt no era un escritor sino un periodista, en la acepción más restringida del término. Hablaba el lunfardo con acento extranjero, ignoraba la ortografía, qué decir de la sintaxis (…). Le faltaba no sólo cultura, sino sentido poético, gusto literario”.
Responde Piglia, primero sobre la crítica formal: la mala ortografía y la mala sintaxis marcan el descrédito en la literatura de Arlt. Al utilizar mal los códigos de posesión de la lengua se deja ver su condición de clase y se pierde la propiedad de su escritura.
Segundo, sobre el “gusto literario” y el “sentido poético”: mientras que el discurso liberal infiere que estos bienes espirituales (el “gusto literario” y el “sentido poético”) “se tienen o no se tienen”, Arlt recuerda que tanto la tenencia como la carencia de estos bienes no es natural sino económica (y/o social). La cultura no es algo innato o que viene en los genes, sino que es algo por lo cual hay que pagar.
Bianco, al universalizar la posesión de los bienes culturales, universaliza un sistema de valor. O sea, los bienes y valores culturales y espirituales propios de la clase dominante se suponen los únicos válidos para todas las clases. De esta manera alguien que ha tenido acceso a los bienes culturales y alguien que no lo ha tenido se suponen culturalmente iguales, y artísticamente desiguales (uno con talento y el otro no).
Piglia se pregunta: ¿y si este descrédito que hace Bianco de Arlt fuera precisamente lo elogiable? O sea, siendo que Arlt, en vez de ocultar o sublimar sus carencias, las hace explícitas y las exhibe, transgrede de este modo los códigos de clase que propone Bianco.
Silvio Astier, el protagonista de El juguete rabioso, en el primer capítulo, “Los ladrones”, reconoce haber leído los cuarenta y tantos tomos de Rocambole, de Ponson du Terrail, y consecuentemente aspiraba a ser un bandido de alta escuela.
Es decir, Astier no hace una lectura liberal de Rocambole, como la haría Bianco, por ejemplo, de un lector ya formado, que en función de esa formación individual entiende e interpreta el texto.
Astier más bien se forma con el texto que lee, y a partir de esa lectura entiende la realidad que le toca vivir, la lectura le da un horizonte, una perspectiva, un sentido, una ideología a la realidad que le toca experimentar.
Piglia recuerda que en las tres experiencias más significativas que vive Astier la literatura está presente de manera tácita para apoyarlo e impulsarlo: el robo a la biblioteca escolar; la demostración de conocimiento frente a los oficiales de la escuela militar; y cuando delata a su amigo el rengo. Robar, inventar, delatar. Tres fracasos a instancias de su héroe Rocambole.
Hay un parecido con el Quijote, cuyas lecturas excesivas de novelas caballerescas lo hacen ver un mundo que ya no existe. Pero la diferencia es que Astier no está loco, sino que está intentando apropiarse de una lectura que no le pertenece. Al no poder pagar los libros, la única manera que encuentra de apropiárselos es representarlos en la experiencia. Y al representarlos en la experiencia comete una doble transgresión, una real y otra simbólica: se apropia de libros que no le pertenecen, pero también se apropia de lecturas que no le pertenecen.
a) Legalidad y coacción social: la biblioteca
Acá Piglia analiza una de las escenas fundamentales de El juguete rabioso, y del primer capítulo “Los ladrones”: el robo a la biblioteca escolar cometido por Astier y sus dos amigos, autonombrados “caballeros de la media noche”.
Dice Piglia que esa escena funciona a la vez como una lectura económica de la literatura y como una crítica a la lectura liberal.
Funciona como una lectura económica de la literatura en el sentido de que es el precio lo que decide el valor, y no a la inversa. Los tres amigos catalogan los libros como “éste vale, éste no vale, éste vale, éste no vale”. Vale o no vale en función del precio al que lo piensan vender. Se afirma, así, que no hay un sistema de valor independiente del dinero. Al mismo tiempo, el hecho de que hayan decidido robar una biblioteca, un lugar tan idealizado (por Borges, por ejemplo), un lugar que en apariencia pareciera estar por fuera del capitalismo, como si en el interior de la biblioteca las leyes capitalistas se detuvieran, sin embargo el robo muestra que esas leyes siguen vigentes, que la propiedad y el precio siguen presentes.
La escena al mismo tiempo funciona como una crítica de la economía liberal. El mito liberal de la biblioteca pública, a la cual concurren todos los ciudadanos libres o todos los propietarios libres (“ciudadanos” en tanto que capitalistas y trabajadores son en apariencia iguales ante la ley; y “propietarios” en el sentido que para el discurso liberal tanto los burgueses como los obreros son propietarios, aunque sea de capitales unos, y de fuerza de trabajo otros), el mito liberal de la biblioteca pública, entonces, esconde las relaciones de producción y la lucha de clases que yacen detrás.
El robo a la biblioteca no sólo es una transgresión a las leyes capitalistas, sino que es una transgresión cultural: Astier, cuyo acceso a la cultura, a la belleza, a valores estéticos e intelectuales más elevados, a los que “debería” aspirar, están negados por no tener dinero, encuentra en el delito la forma de apropiarse de estos bienes culturales. El robo a la biblioteca es, entonces, simbólica o metafóricamente, el asalto a la propiedad cultural burguesa. Pero la crítica a la lectura liberal va incluso más profundo: la libre concurrencia de los individuos a priori iguales a la biblioteca, es decir, el acceso a la cultura general, no sólo no se da por una imposibilidad evidente y visible, como es la falta de dinero para comprar un libro, o para alquilarlo temporalmente, o el tiempo necesario para leerlo en la biblioteca (tres cosas que para Silvio Astier representan lujos, y permitirse esos lujos le genera culpa), sino que hay algo mucho más fundamental y no tan visible: es lo que Piglia llama “legibilidad”.
Dice Piglia: “la legibilidad no es transparente y la literatura sólo existe como bien simbólico para quien posee los medios de apropiársela, es decir, de decifrarla. (…). El gusto literario, del que hablaba José Bianco, no es gratuito, se paga por él, y el interés por la literatura es un interés de clase”.
Es decir, el interés o desinterés por la literatura no depende sólo de tener dinero para acceder a un libro, sino de tener las herramientas intelectuales para acceder al entendimiento de ese libro.
Borges, por ejemplo, al contrario de todo esto, decía: “si un libro no le gusta o no lo entiende, abandónelo, ese libro no es para usted”. Pero claro, Borges, como José Bianco, y como todos los difusores del discurso liberal, presuponen una sociedad de iguales, sin clases sociales, donde el acceso a los libros y al entendimiento de los libros es totalmente libre e igualitario. La “coacción social” que Piglia menciona en el título de este apartado refiere a la imposición de ejerce la clase dominante para hacer parecer esta falta de acceso como algo “natural”, siendo que es algo social. Y siendo social, y existiendo clases sociales, el acceso a la lectura, a la legibilidad, e incluso al lenguaje, estará condicionada por la visión burguesa del mundo. De ahí que Piglia diga que: “el gusto literario no es gratuito, y el interés por la literatura es un interés de clase”.
Volviendo a Borges, se podría decir, teniendo todo esto en cuenta, que está en las antípodas de Arlt. No sólo porque, como ya se sabe, estaban asociados con el Grupo de Florida y el Grupo de Boedo respectivamente, tanto en lo estético como en el contenido, sino incluso por los respectivos lectores a quienes dirigían sus literaturas. Borges hacía una literatura elitista, destinada a un público selecto, minoritario, muy instruido. Y Arlt aspiraba al público general, a llegar a la mayor cantidad de gente posible tratando al mismo tiempo de no perder profundidad de contenido ni sutileza estética. Arlt confiaba en que esto era posible. Borges estaba convencido de que no.
Para Piglia, Borges y Arlt son los dos extremos en los que cabe toda la literatura argentina. Entre ambos extremos pueden meterse el resto de los escritores canónicos argentinos.
b) Libros usados: entre el sacrificio y el consumo
Luego del fracasado robo a la biblioteca, Silvio Astier decide trabajar. Su primer trabajo es en nada menos que una librería de libros usados. La relación cronológica de Silvio con los libros es: alquilar, robar, vender. Alquilar mientras vivía con su madre y mientras tuvo dinero para alquilarlos, pudiendo conocer así a su alter ego o superyó Rocambole; robar la biblioteca; y ahora vender libros ajenos. En los tres casos los libros que pasan por sus manos nunca le pertenecen.
Si la biblioteca era, como dijimos antes, un espacio sublimado, la librería de usados es un espacio obscenamente capitalista. La cualidad de mercancía de los libros no se disimula en absoluto. Mercancías usadas, además. Dice Piglia: el lugar a donde van a parar los restos de la cultura.
Con el “consumo” y el “sacrificio” Piglia explica el intento de Silvio de incendiar la librería. El consumo de lectura ajena, al que estaba acostumbrado Silvio, ahora pretendía ser un consumo total y final. Y en ese consumo hay al mismo tiempo un sacrificio. Lo que antes fascinaba a Astier, hasta el punto de motivarlo a arriesgarse a un robo, ahora quiere prender fuego. En un acto de sacrificio, quiere destruir todo lo que no puede tener. De esta manera Astier va realizando el camino de su propia transformación.
c) El fuego y el robo
El robo a la biblioteca y el intento de incendio de la librería, dice Piglia, son las dos caras de una misma moneda. Sublimación cultural en la primera, ley de oferta y demanda en la segunda, los actos de Astier dejan al descubierto que la literatura circula regida por leyes capitalistas.
Arlt invierte las imágenes, hace un desplazamiento “perverso”. En vez de mostrar, como hubiera sido más “normal” el robo a un lugar donde se sabe que se puede encontrar dinero, es decir: una librería; y en vez de mostrar una imagen simbólica tan significativa como es el incendio de una biblioteca, imagen que, dice Piglia, va desde Eróstrato (un pastor de la antigua Grecia que incendió el templo de Diana con el objetivo de obtener fama) hasta las peores pesadillas de Borges; en vez de representar ambas imágenes Arlt las invierte.
Y al invertirlas pone al descubierto, en el caso de la biblioteca, que la propiedad y la carencia no se disuelven allí; y en el caso de la librería, que las únicas relaciones de intercambio en esa compraventa son fetichizadas y mediadas por el precio.
El fuego, dice Piglia, echa luz para ayudar a ver (y a destruir simbólicamente) el mal (económico) que disuelve la cultura.
Quemar la librería, a diferencia de quemar una biblioteca, no es destruir la cultura, sino consumir las mercancías gratuitamente. Muerto el perro se acabó la rabia, y quemados los libros se destruye el fantasma del precio. O al menos eso creía Astier.
La escena clave de la novela es cuando Astier delata a su amigo el Rengo. El Rengo le había confesado que iba a robar una casa, y lo había invitado a participar, repartiendo el botín mitad y mitad.
Astier venía de un robo fracasado, de un incendio fracasado, incluso de un suicidio fracasado, y en todos los casos la transgresión que intentó fue a través de la acción directa, o del “acto fallido”, según Piglia. En este caso, en cambio, la transgresión será verbal.
Como con el robo y el intento de incendio, la delación también se apoya en la literatura. Astier recuerda un fragmento de Rocambole que lo legitima a delatar a su amigo.
Sin embargo en esta ocasión algo es distinto, algo cambia.
Según Piglia, el “camino de la apropiación” que conduce a Silvio a la literatura, culmina cuando Silvio recuerda otro fragmento de Rocambole, donde su héroe, encarcelado y azotado por los guardias, recuerda su anterior vida de esplendor en París, y esto hace que sienta su cárcel como algo irreal, como si lo verdaderamente real fuera su vida anterior. Esto, según Piglia, hace que Astier termine de apropiarse de Rocambole, y de toda lectura en general. Dice Silvio: “busco un poema que no encuentro”. Y es que ahora las lecturas que legitimaban y daban sentido a sus experiencias se hacen visibles. Y entonces el poema que no encuentra, y el “texto perdido” que menciona Piglia en el título de este apartado, deberá escribirlos el propio Astier. Ahora la lectura constituye una escritura, define otro texto en el texto. Al delatar, Astier está haciendo literatura. “El juguete rabioso”, concluye Piglia, es la propia literatura.
a) Escribir una lectura
Así como Rocambole es el doble o alter ego de Astier, el propio Astier parece ser el doble o alter ego de Arlt.
El rodeo que tuvo que hacer Astier para acceder a la lectura (alquilar, robar, vender, incendiar) ha devaluado esa apropiación. La lectura desacreditada (literatura barata, de folletín, bandoleresca) de todos modos fue su único respaldo a la hora de garantizarle una escritura.
En el caso del propio Arlt, el acceso y la apropiación de la lectura no fue menos dificultosa. La literatura folletinesca, género desacreditado, tuvo sin embargo autores canónicos: Eugene Sue, el de Los misterios de París, novela de la que Marx ha hecho un interesante análisis; el propio Ponson du Terrail, con Rocambole; y fundamentalmente Dostoievski. La literatura folletinesca, con “las horribles traducciones españolas” de las que hablaba José Bianco, marca el lugar desde donde Arlt accede y se apropia de la lectura, y que le garantizará la posterior escritura. Cuando Arlt confiesa que escribe mal, lo que hace es decir que escribe desde donde leyó, o desde donde pudo leer.
El estilo sobreactuado, como de traductor, de la literatura folletinesca, aparece en Arlt como una parodia de sí misma.
El único lenguaje que Arlt puede acreditar es el del lunfardo. Al escribir Arlt actúa como un traductor del lunfardo, el idioma del delito, al idioma de la literatura.
b) El escritor fracasado
“Escritor fracasado” es un cuento de Arlt, publicado en el libro El jodobadito, en 1933. Piglia utiliza este cuento para explicar, en parte, El juguete rabioso, y lo propone como continuación y final de la novela.
El fracaso, para Arlt, es la condición (necesaria) para realizar el deseo “ilegítimo y culpable” de escribir. Astier, en la transgresión y el delito, y en los sucesivos fracasos, destrucciones y pérdidas, encuentra la literatura.
Piglia cuenta que en la primera versión de El juguete rabioso, Astier visita a un poeta párroco, muy famoso, traducido al italiano y elogiado por la revista Time, a quien Astier le confiesa que escribe prosa. Pero en la versión final, la que se publica, reemplaza al poeta párroco por Vicente Souza, un esotérico, experto en ciencias ocultas y demás artes teosóficas.
Esta sustitución del poeta por el mago, invierte la trama. El acceso a la belleza y al lenguaje, trabado por el dinero y el trabajo, ahora es un acceso mágico. De esta manera Arlt propone al escritor proletario como un ladrón, un delator, un inventor, un poeta maldito. Y al propio Arlt como un “traductor”, primero, que sin embargo logra tener una literatura propia.