SEOANE, Ana. "Creo que aquí se castiga a los intelectuales", Ahora, Buenos Aires, 18 de agosto de 1998
Así opina el escritor Ricardo Piglia. "En mi caso tuve una experiencia muy dolorosa con el premio planeta, al que lo empañaron con calumnias". coguionista de "La Sonámbula" -filme de reciente estreno-, está a la espera de que su libro, "Plata Quemada", sea llevado al cine por Marcelo Piñeyro. Postergado el rodaje ante la falta de subsidio estatal, aclara: "No será sólo una película de tiros. Creo que no deberá quedarse únicamente en un policial".
Irrumpió en la literatura con mucha fuerza de la mano de su primera novela, "Respiración artificial" (1980), aunque en 1967 ya había publicado una serie de relatos ("La invasión"). Con el título de profesor de historia Ricardo Piglia egresó de la Universidad de La Plata y en la actualidad divide sus tiempos entre las clases que dicta en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y distintos ámbitos universitarios en los Estados Unidos. Sus vínculos con el ambiente artístico parecen haberse iniciado en la década de los '90, cuando escribió el guión original de la película "Foolish heart", para Héctor Babenco. En 1995 estrenó la versión operística de su novela "La ciudad ausente", junto al compositor Gerardo Gandini. en el Teatro Colón. Todavía puede verse el filme "La sonámbula" en dos salas dedicadas al cine nacional (Complejo Tita Merello y De La Comedia). Esta vez el guión lo escribió junto al director Fernando Spiner y en el elenco están Eusebio Poncela, Gastón Pauls, Lorenzo Quinteros y Pastora Vega, entre otros. Su última publicación, "Plata quemada" será trasladada a la pantalla por el cineasta Marcelo Piñeyro, ahora sin fecha de rodaje.
—¿,Qué quisiste plantear a través del guión de "La sonámbula"?
—Uno nunca tiene un mensaje claro cuando empieza a contar. Fernando (Spiner) llegó con una historia que giraba alrededor de una muchacha que está entre dos realidades. Esto se emparienta con la literatura fantástica argentina, como Borges, Cortázar y la primera época de Bioy Casares. Vivimos en una realidad más compleja de lo que podemos imaginar a primera vista. Uno abre una puerta y va a parar a otro universo, que está ahí. La experiencia de nuestra ciudad es ésta, con laberintos y miles de posibilidades.
—¿Y nuestro pasado?
—Hay una continua alusión a esa tragedia que hemos vivido, pero por medio de una metáfora. Hay una frase de Walter Benjamin que dice: "Sólo por amor a los desesperados conservamos todavía la esperanza". Quisimos un final que planteara un enigma, pero no buscamos hacer una película misteriosa.
—¿Nos vinculamos históricamente con la traición?
—Efectivamente, hay una fuerte tradición tanto en el discurso político, en la política del estado, como en la misma literatura. Podríamos hacer una historia argentina fundada en las traiciones o lealtades inciertas y esto nos traería al presente. Así aparece el doble discurso, la gente que dice una cosa y hace otra o los que "engrupen" a los amigos. Desde la muerte de Mariano Moreno, donde hubo un envenenamiento, un crimen por encargo, podemos llegar hasta Menem... En la época de la dictadura militar también vemos el doble discurso, ellos mismos decían una cosa y hacían otra. Proclamaban "derechos y humanos" o "la defensa de la familia". mientras asesinaban y secuestraban a los niños.
—¿Qué te atrae de este planteo?
—Me pregunto si esa gente creía en lo que decía, se engañaba, o era esquizofrénica. ¿Cómo le funciona la conciencia a un sujeto —Videla— que tiene sobre sí tanta cantidad de crímenes?
—En "Plata quemada" aparecen los pequeños delincuentes, como los que retrataba Roberto Arlt. ¿Por qué?
—A mí me parece que un novelista debe hacer la historia de los que no tienen historia, sobre todo los seres más marginados. Cuando hice referencia a personas históricas nunca fueron primeros nombres. Está también la tentación del mal, lugar tan extraño y atractivo.
—¿Qué fue lo que más te atrapó como para escribirla?
—Me impactó la historia de estos tres individuos que saben que van a morir y que por una decisión —casi trágica—quieren ganar una apuesta: que no los saquen vivos antes de la mañana. Tienen un código ético, moral —que no es el mío— pero que los acerca a los héroes, enfrentando a la muerte. No hacen concesiones, ni a la policía, ni a los otros poderes. Me capturó esa decisión de ser fieles a sus convicciones, a una ley propia. Estos personajes toman una actitud heroica, por encima de sus propios pasados.
—¿Todo es real?
—Los acontecimientos que relato en la novela son todos verídicos. Me basé en los recortes de los diarios de la época. Me ayudó mucho el archivo de "Crónica" y también los periódicos uruguayos. La intriga no es cómo sucede, porque eso ya está en el pasado, sino que busqué desentrañar el comportamiento de dos de los protagonistas (el "Gaucho" y el "Nene").
—¿Tuviste problemas con algunos familiares?
—La gente muchas veces está mal asesorada. No hay nada concreto, pero hay personas que no perciben que esto es una novela, no una investigación periodística. Tomé los acontecimientos básicos y los protagonistas que estaban en los diarios y conjeturé una historia, esto es frecuente en toda la literatura.
—¿Cómo nace la idea de trasladarla al cine?
—Primero me llamó el productor Oscar Kraimer y luego el director Marcelo Piñeyro. Ya leí dos versiones del guión. en el que no quise intervenir. Siento que un novelista no debe escribirlo. porque no tiene la distancia ni la libertad suficiente como para trabajar con la historia.
—¿Temés que se transforme en una película comercial?
—Hablé mucho con Piñeyro y me di cuenta de que la había entendido. Quería filmar la historia de amor entre el "Nene" y el "Gaucho", como núcleo central, dejando de lado la posibilidad de hacer una simple película "de tiros". Creo que el problema más grave que deberá enfrentar es que no se quede sólo en un filme policial.
—¿De qué vive un escritor en la Argentina?
—Es complicado. No vive de la literatura, ni de lo que publica, salvo Osvaldo Soriano o Manuel Puig, aunque también hacían trabajos suplementarios, como el periodismo. En mi caso doy clases en la Universidad de Buenos Aires y en los Estados Unidos, periódicamente desde 1977, donde los sueldos universitarios son mejores que aquí. Dirigí varias colecciones y antologías. Los libros —en mi caso tienen una frecuencia muy irregular— ayudan algo, pero no es por eso que uno escribe. -¿Se castiga a los intelectuales? -Creo que sí. En mi caso, tuve una experiencia muy dolorosa con el Premio Planeta, al que lo empañaron con calumnias. Viví momentos desagradables, pero me sirvió como ejemplo de la relación que tiene un escritor con ciertos ambientes de la sociedad. Es difícil esperar un reconocimiento a lo que ha sido tu trabajo. No importa el que hayas pasado treinta años luchando, esto no te da ningún tipo de garantías. No importan tus antecedentes, ni tu historia.
—La teoría parece decir que aquí todos se pueden vender...
—Si eso fuera así, no sé por qué me acusaron a mí por presentarme a un concurso abierto, cuando en cualquier parte del mundo los escritores lo hacen. Creo que el tiempo y la historia van a poner las cosas en su lugar. Sentí que se había montado un operativo escándalo para vender una revista.
—Los escándalos arman nuestra historia, así "Yomagate", "Sexogate" o un cenicero por la cabeza...
—Quizá tenía la ilusión de que la cultura y la literatura no entraran en esa "lógica". Hubiera deseado que existiera una zona no contaminada... Si pensamos que la gente se puede interesar en estos temas mientras existan los escándalos, vamos en descenso.
LA TELEVISIÓN HOY
—¿Participás de debates televisivos?
—No voy a la televisión, aunque me han invitado, porque para mí es contraria a la lógica del pensamiento, te impide un desarrollo de ideas. Es un mundo alternativo, una realidad paralela. —¿Cuáles son los temas que tratarías en los medios de comunicación? —Ahora toda la sociedad hace referencia a la corrupción, así encontramos políticos de derecha, de centroizquierda, periodistas inteligentes y "comunicadores sociales". Habría que buscar los vínculos entre este tema y el modelo económico. Es como si todos hablaran de lo mismo durante un tiempo y después se pasa a otro, pero es muy difícil incorporar un debate que tenga una significación distinta. Hay un tiempo de eficacia de los discursos que no es el de la televisión y no coincide con los debates intelectuales. Hay una cierta fascinación por la cantidad y el efecto.
—¿Mirás a Susana Giménez o Marcelo Tinelli?
—De la televisión abierta no veo casi nada, hago mucho zapping en cable, me interesan los documentales y los canales de noticias, como Crónica TV. Soy básicamente un lector de diarios. Los leo de manera muy exhaustiva. Los otros medios son totalmente secundarios, tanto la pantalla chica como la radio. Pero no tengo una mirada apocalíptica sobre la televisión.
—Como docente, ¿en qué estado está la educación?
—El estado es muy precario. En la Universidad el nivel académico es muy bueno, como los alumnos, pero hay mucha dificultad, casi tensión entre el Estado y las aulas. Parecería que quieren destruir a la Universidad, no hacen nada para que funcione bien, si su estado se mantiene es por el cuerpo docente y el alumnado.
—¿Se mueren las escuelas estatales en manos de las privadas?
—Nosotros somos todos hijos de la educación pública. Creo que es este tipo de escuela la que se quiere destruir, porque esta educación genera una relación con la sociedad que el estado parece no querer. Se busca más el elitismo, menos democrática... Sería desnivelar las posibilidades. Una de nuestras grandes bases a nivel histórico fue nuestra formación pública alta, creo que desarmarla tiende a crear un país más injusto.