Olé, Buenos Aires, Jueves 31 Octubre 2013, N° 67
Autor de Respiración artificial, Plata quemada y el reciente La vuelta de Ida, el escritor Ricardo Piglia acaba de finalizar un ciclo de clases televisivas sobre Borges. Ahora para la pelota, da vuelta la página y nos cuenta por qué el fútbol es una de las pasiones de su vida.
Ricardo Piglia nos recibe en el entretiempo de un partido de Boca. "Al fin, una entrevista que me van a dar ganas de leer. Es que el fútbol forma parte de mi historia paralela", explica.
-¿Cuándo empezaste a desplegar esa otra doble vida?
Con mi padre, que me llevó a la cancha a los 12. Seguimos al Boca del 54, campeón después de diez años. El fútbol a esa edad es natural, como ser argentino, no podés evitarlo. Viajábamos a todos lados: La Plata, Rosario. Fanatizados llegamos a pensar que si no íbamos, Boca perdería.
-El hincha imprescindible...
Casi lo vivíamos como obligación. Ese Boca del 54 es uno de los acontecimientos de mi vida. Con Eliseo Mouriño, 5 de Selección; Miguel Angel Baiocco, que iba y venía y Natalio Pescia ¡un mito! Pero como una vez por semana no me alcanzaba, los sábados seguía al club de barrio: Temperley. (NdR: es de Adrogué).
-¿Pasión de sábado?
El fútbol barrial era otro mundo, más de agarrarte a piñas. Recuerdo que una vez veníamos cantando de la cancha de Talleres de Remedios de Escalada -yo con un pañuelo con cuatro nudos en la cabeza- y me vio la piba con la que estaba afilando. De sacado que estaba no me reconoció. "¿Sos vos?", me dijo sorprendidísima. En mi vida paralela yo era como un loco.
-¿Continuó la pasión?
Mi segunda etapa fue La Plata, en 1969. Después de vivir en Mar del Plata volví a ir a la cancha. Además mi amigo Julio Godio, sociólogo especializado en movimiento obrero, llegó a jugar en la Primera de Estudiantes. Lo acompañaba a todos los entrenamientos.
-¿Jugabas?
Zurdo, un wing izquierdo rápido, que sabe jugar con la raya. Me di cuenta de que era bueno porque en las canchitas me elegían en segundo lugar. Primero al 9 y luego a mí (se entusiasma).
-Lo contás como si lo estuvieras viviendo.
Todos tuvimos nuestro momento inolvidable como amateurs. "El sueño del pibe", canta el tango. El gol, en ese sentido, es siempre el presente, su duración más concreta y pura. Ni el pasado que ya fue ni el futuro que no existe. Y en ese presente uno es Riquelme. Uno juega a la pelota para que suceda eso.
-¿Tu equipo fetiche?
El Boca del 90-91 de Oscar Tavárez con Tapia, Pico, Martínez, Navarro Montoya, Márcico, Latorre. Abajo, bien a lo Boca con Giunta, y arriba un equipo liviano y rápido, que perdió inexplicable esa final contra aquel Ñuls de Marcelo Bielsa, en el que Gerardo Martino jugaba de 10 con la camiseta 8.
-¿Qué jugadores te marcaron?
Omar Sívori de River, al que vi debutar a los 17. Maradona y Messi. Vi jugar a los tres. Chiquitos, muy inteligentes, de medias caídas, sin pinta de grandes atletas. También me gustan mucho Redondo y Riquelme, tipos con visión, tienen toda la cancha en la cabeza. Hay jugadores que están en mi cabeza como están los poetas. Me voy a dormir y me acuerdo de ellos como me acuerdo de un soneto. Los pongo al mismo nivel artístico.
Como decía el director alemán Bertolt Brecht: "Envidio al público deportivo (lo comparaba con el del teatro) porque es apasionado y crítico". El tipo que va a la cancha sabe de fútbol. Con solo ver bajar a un jugador la pelota con el pecho sabe si es bueno o no. Eso es admirable. Alienta y a la vez critica tirándote la historia del fútbol encima. Ojalá tuviéramos ese público en la literatura. Los suplementos deportivos tratan de igual a igual al lector, a diferencia de los literarios que parecen subestimarlo.
-¿Arte y fútbol?
Que el arte es la inminencia de la felicidad yo lo veo en el fútbol con el gol. Esperamos ese momento que no llega nunca. Estás atento a la epifanía del gol. No pasa nada en 90 minutos; y de repente, llega el gol y vos te ganaste la vida.